
Si me miro hoy en día no me siento viejo, sin embargo hace tiempo que rompí la semilla, ya no hablo como un pendejo. He aprendido mucho, he logrado “torcer la inercia” de aquello a lo que estaba acostumbrado.
El crecer me demandó tiempo de llanto, de mirar hacia atrás y querer atacar mi sombra. Inmerso en el salón de baile, improvisando en una especie de secuestro corpóreo, la vida pasaba a través de mí como pasa una bicicleta, aplastando insectos sin saber, por el pasto verde de una plaza.
A pesar de este atropello, que se llevó las charlas con algunas amistades, el vagabundeo y otros tantos privilegios del “irresponsable”, los días transcurrieron, y al reflejarme en los ojos de ella, encuentro un brillo acertado, una corazonada que me lleva a través de la tormenta.
2 comentarios:
qué lindo Fran! y sí, estamos grandes, pero es bueno quedarse jugando con un panadero (y lástima que esté tan trillado, pero sigue siendo hermoso) y vagabundear con amigos.
besos y saludos a los tres!
Las autopistas del sentido común están tan bien señaladas que cuesta escapar, pero la fuerza centrífuga de las curvas y las bicis saben salir del camino.
Me gustó mucho este texto.
Un beso
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