III /tres/

Honestidad, ¿dónde estaría hoy mi cuerpo de haber sido consecuente? Pensar que un hombre puede torcer el rumbo de su vida, con tan solo media hora de honestidad diaria. Usted, lector, ¿es constructor de su propio camino o el acoso de las autopistas del sentido común, también lo tienen “sujeto”?

Si me miro hoy en día no me siento viejo, sin embargo hace tiempo que rompí la semilla, ya no hablo como un pendejo. He aprendido mucho, he logrado “torcer la inercia” de aquello a lo que estaba acostumbrado.

El crecer me demandó tiempo de llanto, de mirar hacia atrás y querer atacar mi sombra. Inmerso en el salón de baile, improvisando en una especie de secuestro corpóreo, la vida pasaba a través de mí como pasa una bicicleta, aplastando insectos sin saber, por el pasto verde de una plaza.

A pesar de este atropello, que se llevó las charlas con algunas amistades, el vagabundeo y otros tantos privilegios del “irresponsable”, los días transcurrieron, y al reflejarme en los ojos de ella, encuentro un brillo acertado, una corazonada que me lleva a través de la tormenta.

II /dos/

Hay mil posibilidades volando pero solo uno puede atravesar el cielo. Mientras haya locos en el mundo aún hay esperanza. Sin embargo, sin voluntarios, todo emprendimiento se hecha a perder, cualquier lunes a la mañana.

Los planes casi siempre fracasan. Sin embargo, ese fracaso inicial, de amateur, acaba por ser cuna de nuevos desafíos. Y estos a su vez, origen de gustosas y nuevas aficiones. Los guiones sí poseen alguna utilidad, dentro del marco de secuencias lógicas a seguir para alcanzar el objetivo deseado. Sin embargo, y a su pesar, son estas ideas previamente masticadas, las que luego nos llenan la cabeza de semáforos en rojo.

Cierto cantautor brasilero que ahora no recuerdo decía: “de cada pena brota un girasol”, el mister verde amarelo tenía razón. Transcurría la mañana, en cotidiana responsabilidad ordenaba la casa. Al momento barría unos pelos de algún suertudo que ligó un corte de pelo gratis. Al agacharme mi mirada reconoció un recorte de diario que tenía guardado, al leer lo que decía no pude evitar tomar el papel y pegarlo con cinta a la puerta de la heladera. Esa frase sonó como una clave: “hay que hacer algo para torcer la inercia”. Cada mañana, no dejo de preguntarme…

I /uno/

Empezá a escribir la
historia desde el principio, eso me dije. No pretendía volver a demorarme. Todo el mundo sabe, aunque a veces lo olvide, que el camino más ágil es el de la acción. No podemos sacar conclusiones sobre lo que todavía no hemos hecho.

De esta manera, y sin preámbulos, me decidí. Decidí comenzar, con la radio sonando, con sólo un par de horas libres a la mañana, cambiando pañales, hirviendo los zapallitos para el almuerzo y con una vieja computadora con espasmos de esquizofrenia a punto de echar todo a perder. Materializando sentimientos, en un estúpido pero saludable chapuzón, en el impredecible mar alfabético y la obsesión gramatical de darle a todo un orden. Entonces la llamarada pretenciosa sale a quemar las hojas de lo que hemos aprendido y a buscar su rumbo en la libertad.

Comulgaré con la vida, le daré a cada palabra su derecho de presentarse caprichosa, angustiada, rebelde y testaruda. Y si el devenir es un atropello, entonces guiaré mis pasos por fuera del tablero de juego.