XV /quince/


   Todas esas palabras silábicas que me balbuceas, esas risas pícaras como reacciones químicas de una linda sin vergüenza. Fingís ruiditos para que mire como levantás la pierna, te miro y te reís de haber conseguido tu cometido. Que te mire y te nombre basta para que estés feliz los próximos ciento veinte segundos. Vivir con vos es intenso. Ya no puedo predecir mi próximo movimiento sin que tu dulce e insistente capricho tironee de mi poder de abstracción y termine otra vez en tus brazos. Tus bracitos que no miden más de treinta y cinco centímetros pero pueden abarcar mi atención durante varias horas continuas y desparramar juguetes y objetos por toda la casa como si fuesen papelitos al viento.

   Te quiero pequeña, aunque halla días en que mi orgullo quede desocupado para atender necesidades indispensables del bienestar familiar. Son días en que la cabeza no se oxigena. Es como la sensación de querer salir debajo del agua y que la superficie sea un manto de bolsas de nylon, acorralando las fosas nasales contra una burbuja valiente que se levanta contra la tiranía.

   Los recuerdos del día son un montón de capas de colores y planos que se suceden como fondos de pantalla durante el veloz transcurrir de las veinticuatro horas que componen la jornada. Y estas huellas digitales, bajando apuradas el telón del último acto del día, escribir…

XIV /catorce/


   Los niños son seres de luz que a veces enceguecen. Nos hacen soñar más allá de nuestra propia individualidad. Es lindo y despejan al ego del centro de la cancha pero hay que tener cuidado con esto. La luz surge de una chispa llamada amor, que de tan ardiente se transformó en un fueguito nuevo.
   Hay que cuidar a este fueguito, teniendo presente que es parte de nuestra propia luz. Insisto, de todas formas, hay que estar atento a que mientras el fueguito va iluminando cada vez más, entre mi pareja y yo no dejemos nuestra noche ausentes de chispazos.
   La luz viene y se va como la marea del mar. A su tiempo, que no es el nuestro, va a llegar. No hay que desesperar en la quietud, la energía del amor siempre generará mareas nuevas. Olas que nos lleven a la orilla a descansar, olas que nos llevan a lo profundo de nuestro ser e indagan, con su rompiente, nuestra manera de vivir. Y algunas en luna llena, traen secretos de color luminoso como el coral. A estas evocaciones del amor alucinado, solemos reconocer como nuestros hijos.
   Sin embargo, más allá de la belleza de estas criaturas y de la experiencia de ser padre, aún no puedo calificar a las decisiones en correctas o incorrectas. Vivir es un delicado arte de experimentación en el que uno se equivoca y pocas veces se va a dormir con algún barquito cargado certezas en el horizonte.
No me atrevo a hacer recomendaciones de nada. Hablo desde mi.
   Ser padre no es mejor ni peor, no es algo que uno deba llegar a saber. Todo tiene un tiempo y un lado más o menos acertado. Lo que sí sé es que hay que confiar y mantener la corazonada, de otra cosa no me puedo fiar.
   Así que vivir… es como una gran ola en donde uno a veces flota y otras derrapa sin entender ni el día en que vive. De todas formas, aunque uno sea valiente y cargue al hombro sus errores y tragos amargos, es lindo y sano equivocarse juntos.
   Un corazón al lado del tuyo, te puede enderezar el rumbo justo antes de estrellarte y también puede modificar la dirección del navegante feliz y solitario. Sin embargo, el estar enterado si uno va  por un sendero recto o torcido, no es asunto del que pueda ocuparme. Ahora que estás a mi lado, que siga el baile y el viento se encargará de ordenar el resto.
                                                                                                                          Para Amanda y el Chingolo