Epílogo

   La vida se enamoró de La verdad. Tuvieron una crianza, que rumorean, habita allí donde la topografía no quiere ver. He oído muchas historias acerca de este ser, al que muchos llaman utopía. Algunos aseguran que la han visto y es una salvaje que merodea el Amazonas. Otros afirman que su imagen es la de un sabio barbudo al que nadie vio realmente. Algunos vagos soñadores dicen que nada puede decirse de un misterio, y como tal, no hay que desvelarse tratando de descubrir su rostro.

   Anoche tuve un sueño, sucedía que me encontraba cara a cara con este personaje ancestral. Me encontraba caminando. El trayecto duró un buen rato. Allí, crucé pantanos con avispas, a continuación un desierto y luego una inesperada tormenta de nieve. De repente ingresé en un clima tropical, donde hallé a la hermosa criatura, plácidamente recostada bajo una palmera. Me acerqué con andar cauteloso y la interrogué. Me contestó entre risas que ella no pregonaba nada y que todo era culpa de un malentendido entre los hombres, que databa de varios siglos atrás. Me contó lo difícil y traumática que había resultado su infancia y aún la perturbaban, acusándola, incluso, de provocar ciertos conflictos bélicos. También dijo que la persiguieron hombres de todos los tipos: encapuchados y bien alistados, por igual. Incluso, algunos difamaron conocer su nombre y haberle dado muerte, creyendo que así se adueñarían de su espíritu.  De a poco se fue poniendo nerviosa, enredando las palabras, y entre lágrimas me pidió que la ayudara. Estaba harta, se sentía acosada. Hacía siglos que lidiaba con esta fatiga. Me pidió que la lleve a un lugar lejano, y si aún quedaba alguna remota tierra virgen, que allí la entierre viva para que nadie vuelva a molestarla. Tuve que salirme de mi cuerpo para realizar esta expedición. La enterré y la regué, esperando que germine para recibir los frutos de la claridad. A veces me siento culpable y un tanto hijo de puta, me olvido regarla pero miro la tierra con impaciencia, esperando que se libere de una buena vez, esa energía acumulada que me haga sentir bien.

   Creo que todos tenemos un poco de déficit de atención. Pretendemos que algo bueno amanezca sin apenas dedicarle un momento al día. Y no hablo solo de los hijos, también, de los sueños personales, de los proyectos, los amigos, el diálogo familiar y tantos otros terrenos que necesitan una fuente contínua de afecto. Si entre nosotros no nos cuidamos, ¿quién nos cuida?. No podemos seguir viviendo los días como si fuese una costumbre que realizamos día a día, sin despertar algún interés. Debemos aprender que vivir, no es un cumplimiento del deber.



Francisco Fournier
* Diario de un hijo con su hija *
  Julio 2010 – Marzo 2012

N° 20 / Veinte /


    La alarma del despertador sabe que no tiene argumentos. Sin embargo, la vigilia llega puntual para interrumpir el sueño. Pero esta vez, el acto de levantarse de la cama es un esfuerzo incomprensible para la voluntad de aprovechar el día. Ciertas veces, hay una especie de abismo entre el querer y el poder.  Miro por la ventana del departamento, el horizonte aún incendiado por un solo trazo de color naranja, como manotazo de niño de cuatro años con la fibra apretada al puño.  Me pregunto si esta panorámica no será alguna forma de encierro. ¿Acaso la libertad no es más que otra palabra como todas las demás? Vamos a ver al revés. Todo depende de la casilla conceptual en la que te quieras encerrar, o en algunos casos reconfortar. Aquí va un ejemplo de palabras alineadas, y también un poco alienadas: confort-quietud, vagancia-salud, trabajo–olvido, sedentarismo-amor, ginebra-Luca, lápiz-agenda, libertad-desobediencia, orden-dominación, selva-color, cansancio-costumbre, música-amistad, ritmo-escritura, ventana-encierro, hijo-abecedario. Más allá de estos marcos ópticos, la verdad es que las palabras se nos cagan de risa en el gran salón de baile, donde hace siglos bailan, intercambiando pareja indiscriminadamente. Solo por gusto, para jodernos, ellas nunca nos pidieron que las entendiéramos. 

   No puedo ocultarte que también me siento entre los fracasados o faltos de coraje. Tendré que descubrir las reglas que rigen mis esquemas para incendiar la casa de cultura que me impartieron. Nací así, sin pueblo de Dios y no tengo votos para ningún sueño. Soy socio de mi propio club. Un club de palabras con fusiles cargados de conciencia, de mi muerte prematura. Asesiné mi nombre, por iniciativa propia. Fue difícil pero necesitaba deshacerme del recuerdo que cargaba mi cuerpo, para escribir mi vida sin pretextos.  

   Cada mañana sale el sol, todos lo sabemos. El sol se alza y a mediodía llega al tope de su esplendor. Vos también podés elegir tu camino de ascensión, sos tu paraíso, sos tu propio cielo. Podés cambiar el rumbo, con pasión (insisto), y olvidando algunas palabras que te quieren descansar. La oportunidad reside en cada uno, nadie puede quitarte eso, yo lo sé porque pasé varios años experimentando con esa oruga guerrillera, a la que llamo libertad. Los incrédulos terminan ahogándose  en un vaso de agua, cada vez que hay un cambio de presidente o el riesgo país está por las nubes. Yo agarro mi mochila y me voy. “La resignación es el suicidio cotidiano”, por eso, el único convenio que mantengo es conmigo. Cuando nací, me despojaon de lo único que podía perder, ser infinito. La vida y la muerte, son caras de la misma moneda. Entonces, ¿de qué riesgo estamos hablando los que nos decimos: los vivos?

   La libertad existe pero de a sorbos nos toca beberla. Muchas veces, idiotas, inconscientes, dejamos pasar el tren como si esos momentos abundaran. Hay un viaje que quiero hacer, es a mi interior y no temo volverme loco. Después de todo, los locos siempre me han inspirado e iluminado el andar. Estoy convencido de que se puede vivir como un loco, dentro de los carriles de la modesta cotidianeidad. La cuestión radica en la existencia o la ausencia de pasión. He conocido mucha gente inspiradora, que simpatiza con el fluír: Bakunin, Ramsés VII, Leonardo Gauna, Ernesto Guevara, Juan Terrile, Luca Prodan, Federico Scalise, Basquiat, Juan Carretera Vidal, Carson McCullers, Matias Greco, Julio Cortázar y otros. Quizás se trate de comulgar con lo que uno tiene alrededor o como bien dijo Gabriela Pesclevi: “hay que dejarse ensoñar por la música interior”.  Yo soy un poco más que Francisco Fournier,  este es sólo el nombre que lleva mi vida. Este fraseo ilustrado, es apenas una de las tantas canciones de un disco que jamás editaré. Es que me gusta preservar cierta intimidad y no me avergüenzo en afirmar, que hoy prefiero amanecer en casa, tomando unos mates en calma, con mi mujer y mi niña,  a estar en la cabeza de cien mujeres y por las tardes que me acorrale el cuco de la soledad.

    Por curiosidad, le hice la misma pregunta a un joven político, a un viejo anarquista, a mi padre que siempre fue un trabajador, a mis amigos, al profesor de teatro, a una maestra de grado y ninguno me supo responder, sin dubitar, cuando les pregunté: ¿a dónde te permitís viajar con tu libertad? Rehice la pregunta a un pequeñín de la cuadra y me dijo: “no sé, ¿con la qué?”, y con las cejas levantadas y la boca en forma de trompa, concluyó: “mi papá me dijo que si me portaba bien me iba a llevar a la plaza”. Al escuchar esto, me dije: si yo fuera un hombre bueno me haría un agujero. Tengo una manera particular de decir las cosas, ya lo sé.

   La vida me cantó: falta envido!, Pensé que me estaba jodiendo, como siempre, y con 26 le di un quiero. Es que siempre quiero saber que pasa y a veces el apuro conlleva una mala pasada, a veces irremediable, donde uno tiene que aguantar los tantos con más coraje que dignidad. La vida me atropelló, paradójicamente por ser un poco atropellado. Ganó la partida, soltando displicente sus 33 implacables espadas. Cortando todo, como un relámpago degollando mi estrategia de juego. Ciertamente, debo confesar que mi rumbo carecía de estrategias, mi táctica básicamente era confiar y ser lo suficientemente intuitivo. Pero esta vez fue distinto, el filo agudo, brutal como el viento del otoño a media tarde. Creí en mi suerte y que el destino, era incapaz de desarmar mi esperanza.

   Aquí se borró el camino, habrá que continuar sin miedo a ser uno mismo, ya que a partir de ahora, no habrá hoja en blanco sobre la cual retomar.