XIII/trece/

  Flash back, tiempo atrás, los pensamientos no mueren.
   29 de Noviembre año 2009.
  
     El verano se avecina. Su llegada es inminente. El amor de mi vida descansa con el estómago revuelto. Las mareas de los días parecen barcos emergiendo de la niebla espesa y circundante del reflejo del sol sobre las olas.
   
    Hay sueños que se cumplen y otros en los que nuestra corporeidad es la soñada. 

   Las lluvias se han sucedido alternadamente repentinas, durante toda la semana. El sol sale de entre las nubes de lo que uno planeó en la agenda.
  
   La sombra acompaña el paso difuso de mi presente, en los charquitos de la vereda. Las tormentas agigantan esa parte subterránea de la fe que creía haber perdido.
    
    Habitar el mundo se ha vuelto bastante impreciso últimamente. Es como confiar en el pronóstico emitido por la cruz roja o la palabra de un cirujano jugando a la ruleta rusa, con las pocas horas que quedan al día para la esperanza.
   
    Llueve, llueve, simplemente llueve y es la tercera vez que se larga durante el día. Mi mujer descansa y está embarazada. Así que mientras ella duerme, todo el profundo mar susurra misterios.

XII /doce/


  Necesito un día feriado. 

  Mi cuerpo deseaba seguir descansando. 

  Un gesto amable me convenció de sentarme sobre la cama a desayunar. Así que de repente me puse feliz, al ver sus caras, con el desayuno servido y algo rico para comer.  

  Sin embargo, me quedé largo rato callado, con la mente entre dormida pero la percepción atenta. 

  Varias ideas pasaron como en un tren de carga. No pude retener ninguna. Es que hoy tengo una huelga de neuronas en el sistema operativo, una protesta contra la sobrecarga de datos, una dieta de sábados por la noche. 

  Ni siquiera me interesa si el día está soleado o el cielo amaneció poblado de lana negra. Tengo que tener cuidado, a no desanimar me digo…

XI /once/

  Un día un rayo irrumpió en mis ojos causando una ceguera amistosa, hoy esa luminosidad pesa casi nueve kilos.
   
  Desde entonces vivo sin miedo porque aprendí a recorrer los caminos intuitivamente, sin riesgo a la quietud que infunde el uso prolongado de la razón.
  
  Solo sé confiar.
  
  Voy como un ciego desempolvando la imaginación. Y Tengo una palabra que sustenta esta locura de permanecer todos los días, recluso, en una ciudad compungida de frío y paredones de mármol. Esa palabra me pone a danzar. Entonces mi baile se vuelve un arte marcial, una manera de andar a salvo del mal humor. Una táctica de defensa para tiempos templados de discordia, enfrentados con amor.