IV /cuatro/

Me temo hay cosas que siempre fueron aburridas, y lo seguirán siendo, aunque intenten convencernos constantemente de tener una vida ordenada, ser pulcros y educados. Mantener la casa en orden, no sea que vociferando sentimientos al viento se nos escape un “algo”, una frase que el vecino interprete como consigna de masas, y acostumbrado a vivir asustado, llame a la policía. Efectivamente el patrullero pasó por la avenida pero sin detenerse, que suerte.

Continué con lo mío: cocinando gelatina, escuchando música y regando las macetas del pensamiento continúo. Tuve tiempo de sentarme, poner en palabras las sensaciones que habitan el cuerpo o lo que mi cerebro me da a entender que es mi cuerpo. Me incliné por escribir sobre los sermones, desmitificando la idea de ser un padre joven, que debe apegarse al libreto. No es cierto que para ser padre haya que abandonarse a un régimen de obligaciones. Hay infinidad de cosas que uno puede pretender y llevar a cabo. Descubrir el ser de cada día no tiene un fin, sin embargo, este ejercicio de exploración es lo que lo mantiene a uno fresco.

Las limitaciones aparecen solo en la medida en que uno comienza a convencer a su voluntad con fuentes estadísticas y la cabeza empieza a inundarse de miedos y ecuaciones de probabilidad acerca del fantasma del futuro. No hay de que temer. Siendo consecuente con esta masa en perpetua transformación, la que ostento en denominar con mi nombre, no hay mañana que pueda resultar un fracaso. Sin mentiras y sin evasiones, así lo deseo.

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