La
alarma del despertador sabe que no tiene argumentos. Sin embargo, la vigilia
llega puntual para interrumpir el sueño. Pero esta vez, el acto de levantarse
de la cama es un esfuerzo incomprensible para la voluntad de aprovechar el día.
Ciertas veces, hay una especie de abismo entre el querer y el poder. Miro por la ventana del departamento, el
horizonte aún incendiado por un solo trazo de color naranja, como manotazo de
niño de cuatro años con la fibra apretada al puño. Me pregunto si esta panorámica no será alguna
forma de encierro. ¿Acaso la libertad no es más que otra palabra como todas las
demás? Vamos a ver al revés. Todo depende de la casilla conceptual en la que te
quieras encerrar, o en algunos casos reconfortar. Aquí va un ejemplo de
palabras alineadas, y también un poco alienadas: confort-quietud,
vagancia-salud, trabajo–olvido, sedentarismo-amor, ginebra-Luca, lápiz-agenda,
libertad-desobediencia, orden-dominación, selva-color, cansancio-costumbre,
música-amistad, ritmo-escritura, ventana-encierro, hijo-abecedario. Más allá de
estos marcos ópticos, la verdad es que las palabras se nos cagan de risa en el
gran salón de baile, donde hace siglos bailan, intercambiando pareja
indiscriminadamente. Solo por gusto, para jodernos, ellas nunca nos pidieron
que las entendiéramos.
No puedo ocultarte que también me siento entre los fracasados o faltos de
coraje. Tendré que descubrir las reglas que rigen mis esquemas para incendiar
la casa de cultura que me impartieron. Nací así, sin pueblo de Dios y no tengo
votos para ningún sueño. Soy socio de mi propio club. Un club de palabras con
fusiles cargados de conciencia, de mi muerte prematura. Asesiné mi nombre, por
iniciativa propia. Fue difícil pero necesitaba deshacerme del recuerdo que
cargaba mi cuerpo, para escribir mi vida sin pretextos.

La libertad existe pero de a sorbos nos toca beberla. Muchas veces,
idiotas, inconscientes, dejamos pasar el tren como si esos momentos abundaran.
Hay un viaje que quiero hacer, es a mi interior y no temo volverme loco. Después
de todo, los locos siempre me han inspirado e iluminado el andar. Estoy
convencido de que se puede vivir como un loco, dentro de los carriles de la
modesta cotidianeidad. La cuestión radica en la existencia o la ausencia de
pasión. He conocido mucha gente inspiradora, que simpatiza con el fluír: Bakunin,
Ramsés VII, Leonardo Gauna, Ernesto Guevara, Juan Terrile, Luca Prodan,
Federico Scalise, Basquiat, Juan Carretera Vidal, Carson McCullers, Matias
Greco, Julio Cortázar y otros. Quizás se trate de comulgar con lo que uno tiene
alrededor o como bien dijo Gabriela Pesclevi: “hay que dejarse ensoñar por la
música interior”.
Yo soy un poco más que
Francisco Fournier, este es sólo el
nombre que lleva mi vida. Este fraseo ilustrado, es apenas una de las tantas
canciones de un disco que jamás editaré. Es que me gusta preservar cierta
intimidad y no me avergüenzo en afirmar, que hoy prefiero amanecer
en casa, tomando unos mates en calma, con mi mujer y mi niña, a estar en la cabeza de cien mujeres y por
las tardes que me acorrale el cuco de la soledad.
Por curiosidad, le hice la misma pregunta a
un joven político, a un viejo anarquista, a mi padre que siempre fue un
trabajador, a mis amigos, al profesor de teatro, a una maestra de grado y
ninguno me supo responder, sin dubitar, cuando les pregunté: ¿a dónde te
permitís viajar con tu libertad? Rehice la pregunta a un pequeñín de la cuadra
y me dijo: “no sé, ¿con la qué?”, y con las cejas levantadas y la boca en forma
de trompa, concluyó: “mi papá me dijo que si me portaba bien me iba a llevar a
la plaza”. Al escuchar esto, me dije: si yo fuera un hombre bueno me haría un
agujero. Tengo una manera particular de decir las cosas, ya lo sé.
La vida me cantó: falta envido!, Pensé que me estaba jodiendo, como
siempre, y con 26 le di un quiero. Es que siempre quiero saber que pasa y a
veces el apuro conlleva una mala pasada, a veces irremediable, donde uno tiene
que aguantar los tantos con más coraje que dignidad. La vida me atropelló,
paradójicamente por ser un poco atropellado. Ganó la partida, soltando
displicente sus 33 implacables espadas. Cortando todo, como un relámpago
degollando mi estrategia de juego. Ciertamente, debo confesar que mi rumbo
carecía de estrategias, mi táctica básicamente era confiar y ser lo suficientemente
intuitivo. Pero esta vez fue distinto, el filo agudo, brutal como el viento del
otoño a media tarde. Creí en mi suerte y que el destino, era incapaz de
desarmar mi esperanza.
Aquí se borró el camino, habrá que continuar sin miedo a ser uno mismo,
ya que a partir de ahora, no habrá hoja en blanco sobre la cual retomar.
2 comentarios:
muy lindo!...
Bien Fran! felicitaciones por este diario, siempre me gustò leerlo, suerte con los nuevos proyectos, espero ansiosa la edición impresa. Un abrazo. Cris.
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